No creo que exista alguien en México
ni en el mundo que piense que a Sor Juana Inés de la Cruz -poetisa ícono de
México y América Latina- le faltaba inteligencia. Sin embargo, cuando ella
pronunció "prefiero poner riquezas en mi entendimiento, y no mi
entendimiento en las riquezas" alguien podría preguntarse ¿qué, en los
tiempos de Sor Juana, las riquezas no traerían una mayor holgura para sus
poseedores? ¿No sería, como hoy, la riqueza una fuente de indulgencias,
comodidades, disfrute y placeres?
Seguramente sí. Se sabe, incluso, que la misma Sor Juana, en su
juventud, tuvo acceso a las comodidades y los lujos propios de la vida
acomodada. Y entonces, ¿por qué preferiría el conocimiento? El conocimiento no
es en sí mismo un placer. De hecho, conocer más es preocuparse más, y para la
gente consciente -lejos de ser pedantería- el conocimiento es la antesala a una
mayor responsabilidad consigo mismo y con los demás. Ahora, ¿existe alguien que
crea honestamente, que alguien con el talento y las virtudes de Sor Juana no
merecería acceder a los lujos y comodidades de su época? Si alguien debía
merecerlo era ella, y la historia no ha hecho sino enaltecerla más.
¿Qué pasa, entonces? ¿Por qué las Sor
Juanas del mundo no eran -o son- premiadas con riquezas por el mundo, y por qué
no vivían -o viven- una vida acorde con lo que prodigan? La sinrazón de la
violencia puede ser al mismo tiempo una razón.
El Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) nació
como una Sor Juana. Arrebatadas sus atribuciones y posesiones por medio de la
violencia política en Chile, los exiliados -que entonces conformaban gobierno-
llegaron a México con lo que no pudieron expropiarles: el conocimiento. Al
transmitirse sólo a través de la enseñanza y el ejemplo no había manera de
apropiarse por la fuerza, de lo que se transmite sólo con el consentimiento del
propietario: el saber.
Seguramente, quienes ejercieron violencia física y psicológica
contra ellos sí pudieron quedarse con muchas cosas que les dieron alegría: sus
bienes materiales, sus amores, sus ambiciones y esperanzas de transformación
del país en donde dejaron el corazón. Fue, no obstante, una relación
perder-perder. Chile perdió el saber-hacer de una generación brillante de
intelectuales y hombres de Estado a la que alimentaron, vieron crecer,
destacaron, en la que invirtieron y a la que enaltecieron. Y los primeros académicos
del CIDE perdieron una patria.
A todos nos gustan los lujos y la riqueza. Que quede claro: no
tiene nada de malo. Pero si me dieran a elegir entre las riquezas que generan
envidia y se pueden tomar por medio de la violencia, y las riquezas que sólo
pueden transmitirse con la voluntad del propietario, yo también -como Sor
Juana- optaría por las segundas. Y, en ese sentido, México recibió las
verdaderas riquezas de lo que se perdió en el fatídico golpe de Estado a
Salvador Allende en Chile.
Pero hubo algo más que todavía les sobró a aquellos
exfuncionarios y exiliados, y que podía y puede aún respirarse en esa
institución. Amor. Amor por el bienestar de la gente, por la verdad, por la
honestidad intelectual y por el futuro de las nuevas generaciones. Un deseo de
hacer el bien para ayudar a todos aquellos que piden que les vaya mejor.
La vocación de ciencias sociales del CIDE lo ha llevado a buscar
los métodos mejor probados para descubrir qué sí funciona para ayudar a los más
pobres, a los más desprotegidos, a los más inocentes y a los más vulnerables.
Es un centro de investigación de frontera que utiliza investigación aplicada
para darle a los tomadores de decisión, los gobernantes en turno, los líderes
sociales y todos aquellos elegidos democrática o meritocráticamente las
herramientas necesarias para hacer su trabajo de la mejor manera. Es una
relación ganar-ganar en donde el conocimiento se pone al servicio del
gobernante, con la gente en mente.
Lo que pide el CIDE, es lo que pide cualquier trabajador honesto
a su jefe para llevar a cabo su trabajo. Lo que ofrece, es lo que siempre ha
ofrecido, porque había sido lo que siempre se le había solicitado. Lo que
rechaza, es lo mismo que rechazaría cualquier trabajador que ame su labor. No
le puedes pedir al buen zapatero que le deje clavos salidos en el zapato del
cliente, ni al buen carnicero que le dé carne al cliente infectada con el mal
de las "vacas locas". Se niegan a hacerlo -no sólo por su buen nombre
y la reputación que han adquirido- sino porque saben que el cliente en el mejor
de los casos no va a regresar, y en el peor buscará -con justa razón- que caiga
sobre ellos un castigo. En última instancia, el buen trabajador sabe que al
cuidarse y cuidar su buen nombre, cuida el de su jefe.
Desde mi punto de vista lo que hoy se vive entre el CIDE y el
Conacyt es una relación marcada por las pasiones que deja en claro una
situación: dos odios no hacen un amor. La violencia solo destruye relaciones,
aún cuando al interior se mantenga la convivencia. El CIDE es y se ha
posicionado como una de las más hermosas de Conacyt, y mancillarla en vez de
cortejarla no traerá amor, solo desprecio. Díganme ustedes, ¿quién no quisiera
los favores de la mejor?
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