Friday, February 3, 2023

Hombres de bien

Existe una amplia gama de indicadores destinados a medir el bienestar del que gozan las sociedades: el PIB, el PIB per capita, la esperanza de vida, la salud en general, indicadores antropométricos, educativos, cognitivos, etc. Sin embargo, hoy quiero discutir una medida de bienestar de las naciones muy controversial, pero a todas luces relevante para la convivencia armónica y el bienestar; y que puede enriquecer el análisis de cómo mejorar el bienestar de los mexicanos: la proporción de hombres de bien en una sociedad.

El término tiene un carácter eminentemente moralista, que puede opacar la relevancia de su medición e incluso convertirla en un dilema ético. Y es que ¿cómo definir el término "hombre de bien"? Lo que es más grave, ¿cómo excluir a alguien de pertenecer a esa categoría, bajo qué argumento, con qué evidencia? Más aún, ¿por qué constreñirse específicamente a un género? En lo que sigue de este texto, trataré de justificarme.

Con el término "hombre de bien" trato de englobar cuatro características en el varón que, a nivel agregado, conducen a una mejor convivencia social:

1)El ejercicio de labores productivas y honestas en la sociedad.
2)El repudio y combate a la corrupción y delincuencia socialmente reconocidas.
3)La búsqueda de todas las alternativas para evitar la violencia física o emocional contra la mujer, y
4)La negativa a ejercer violencia física o emocional contra las niñas, niños y personas con capacidades diferentes.

Enunciar estas cuatro cualidades en los varones pareciera más una lección de moral que una propuesta de medición del bienestar; sin embargo, el ejercicio de ellas, en cualquier grado, trae enormes beneficios sociales.

Por supuesto que la práctica de estas virtudes difiere enormemente entre un hombre y otro, y está directamente relacionado con las capacidades de cada uno por generar lo que yo generalizo como "bienestar" para una sociedad. No es el mismo impacto el del legislador que se niega a aprobar una ley corrupta, que el del vendedor de barrio que vende el recaudo con su peso exacto. Pero ambos ejercen un respeto igualmente poderoso en mi persona. Son personas que evidentemente desean un mayor bienestar para sí y los suyos, pero se contienen para no atentar contra el bienestar de los demás. 

Al mismo tiempo, la transgresión de las características anteriormente enunciadas también requiere de una necesaria gradación. Es posible que no cause la misma inconformidad ni indignación el uso de la fuerza para detener una pelea en una cárcel de mujeres, por ejemplo, que la violencia física ejercida contra la esposa en el hogar. Sin embargo, en ambos casos hubo una imposibilidad para supeditar la  fuerza a la razón; acto que requiere de una necesaria reflexión, y me justifico.

El uso de la fuerza en la sociedad mexicana, como argumento mismo para conceder la razón en el caso de disputas; y como ventaja en el acceso a privilegios, o cotos de poder, se ha extendido preocupante y peligrosamente en este país. Esa cultura de que la toma de decisiones recaiga en quienes tienen los medios de destrucción, permitiendo que la razón asista a la fuerza y no al revés, se ha incrustado en el sistema político de nuestra región geográfica; creando incentivos que están desembocando en la perversión misma de nuestra sociedad.

Los crecientes fenómenos de hombres asesinados, mujeres violentadas y menores sexualizados son todos síntomas de una bestialidad creciente en la naturaleza del hombre, marcada por la preeminencia de las pasiones. El favorecimiento de una cultura maniquea en los medios de acceso a la riqueza y el poder -representada por hombres fuertes y violentos y mujeres bonitas e inteligentes- se ha situado por encima de los valores realmente necesarios para una sociedad próspera: el trabajo honesto, el mérito y la paz.

Esos valores no requieren de esteroides, cirugías plásticas ni la estimulación de múltiples parejas sexuales. Requieren de la urgente inyección de una conciencia moral que sea capaz de convencernos que adoramos ídolos falsos; que transitamos un camino donde el otro es un competidor más y no el prójimo; y donde se retome la senda del bien común y no del agandalle como motor del desarrollo. De eso depende la calidad y duración del futuro de quienes son el verdadero logro de esta sociedad: nuestros niños y jóvenes.

Wednesday, January 18, 2023

El quehacer del Estado

 

Cuando se trata de conocer las prioridades de las familias mexicanas, cualquier gobernante que realmente se preocupe por nosotros sabe que basta preguntar por cuatro aspectos para conocer los elementos básicos de nuestro bienestar:

1) ¿Ya comieron? ¿Por qué?

2) ¿Cómo están de salud? ¿Por qué?

3) ¿Cómo va el trabajo? ¿Por qué?

4) ¿Cómo le va a los hijos en la escuela? ¿Por qué?

Los demás aspectos: seguridad, economía, servicios públicos, etc. son transversales a estos cuatro. No se necesita ser un gobierno paternalista para hacer estas preguntas. Solo imaginemos un México en el que las respuestas de todas las familias fueran:

1) Ya comimos. De forma abundante y satisfactoria. Porque tenemos acceso a alimentos nutritivos y de calidad. Porque nos alcanza para comprarlos. Y porque se nos ha enseñado cómo alimentarnos para estar sanos y sentirnos bien. Ni nosotros ni nuestros seres queridos pasamos hambre.

2) Estamos sanos. Porque ni nosotros ni nuestros hijos vivimos constantemente expuestos a peligros. Porque nos alimentamos bien, sabemos cómo prevenir enfermedades y, en caso de enfermarnos, tenemos acceso a médicos y medicinas. Porque se nos ha brindado educación para la salud, en particular la sexual y reproductiva, que ejercemos con libertad y responsabilidad. Porque nuestra casa está limpia y cuenta con agua, luz y gas. Y porque tenemos la oportunidad de hacer ejercicio.

3) Las cosas van bien en el trabajo. Porque hay empleos honestos, oportunidades laborales y salarios que cubren nuestras necesidades. Porque tenemos protección social y prestaciones. Porque nuestros niños y nuestras niñas no tienen que trabajar. Porque no hay jornadas excesivas. Porque se respetan nuestros derechos y se reconoce y valora el trabajo doméstico. Y porque esperamos una jubilación digna.

4) Las cosas van bien en la escuela. Porque nuestros hijos están aprendiendo, y aprendiendo a hacer. Porque tienen acceso a los materiales que necesitan para su aprendizaje. Porque la escuela los está dotando de conocimientos útiles y saberes que les sirven para un presente y un futuro mejor. Porque se respeta la diversidad. Y porque es un ambiente seguro, libre de violencia y adicciones.

En ese contexto ¿para qué querría un buen gobierno intervenir? No se trata de paternalismos. Se trata de dejar de lado lo superfluo, e ir a la sustancia. Se trata de reconocer dónde deben estar puestos los esfuerzos, y no desviar la atención hacia lo que le interesa a unos cuantos; por encima de lo que nos interesa a la mayoría. Es hacer énfasis en que sí sabemos hacia dónde se debe andar, qué incentivos se necesitan, y con ello evidenciar que el "atole con el dedo" se queda en el dedo. Que nos damos buena cuenta cuándo están funcionando las cosas, y cuándo no. Y el papel que juega en ello el Estado.

Este no es un comentario a la ligera. Es un llamado a no desviar la mirada; a volver la vista sobre el camino andado, y el que falta por andar, y enderezar lo que haya que enderezar; por el bien de todos. Sabemos bien lo que hay que hacer. Pongamos manos a la obra.

Saturday, January 7, 2023

Una propuesta para la paz

Bajo la premisa de que cualquier propuesta que ayude a combatir la violencia que vive hoy el país es bienvenida, escribo esta entrada. Hoy en día en México, las principales instancias encargadas de la paz en el país se centran en el combate a los delitos. Instancias como la Secretaría de Seguridad o la Sedena, además del Poder Judicial, son encargadas de garantizar la seguridad de los mexicanos. Sin embargo, la promoción de la paz debe centrarse principalmente en la prevención. Utilizar la justicia -principalmente punitiva- como herramienta para la convivencia pacífica es el equivalente a utilizar los cinturonazos (o su amenaza) para criar a los hijos en el hogar.

Dos ejemplos: si una mujer acude al ministerio público a denunciar violencia doméstica por parte de su pareja, legalmente lo que está realizando es la acusación formal ante la autoridad de la comisión de un delito por parte de su ser querido. En otras palabras, le está diciendo delincuente. ¿Podemos imaginar el dramatismo del momento que debe vivir la víctima, sabiéndose lastimada y, sin embargo, en el deber o la necesidad de lastimar aún más su convivencia familiar, con la esperanza de que el abuso pare?

Lo más probable es que previo a la agresión física hayan existido ya indicios de la descomposición en la relación familiar: gritos, engaños o coerción. Pero éstos no son necesariamente delitos. ¿A quién podría recurrir la mujer para decir "mi pareja no es una mala persona, ni un delincuente, pero la convivencia al interior de mi hogar se ha deteriorado, podría orientarme"?

Las causas pueden ser múltiples, y la vinculación con las instancias de gobierno también. Si el origen son problemas en el trabajo, la vinculación con la Secretaría del Trabajo y sus instancias podría brindar orientación y apoyo. Si el origen es un abuso agravado en el consumo de alcohol y otras sustancias, referirlo al Conadic podría ser la solución.

Un ejemplo más dramático es el de los jóvenes sicarios. Es muy probable que, previo a la comisión de sus actos delictivos, ya existieran indicios de que se estaban convirtiendo en un problema para la sociedad. Una charla con policías en su salón de clases en primaria, un aviso de los familiares tras su participación en riñas callejeras, vinculación con la Conade en su infancia y adolescencia, entre otras medidas a tiempo, podrían desembocar en un destino diferente para esos muchachos.

Pensar en una instancia que diera orientación y generara vinculación con los diferentes servicios que ofrece el gobierno se antoja pertinente. Quizás una Secretaría de Paz sea hoy solo un sueño o una exageración; pero su necesidad pública está a la vista. La gente en México tenemos una urgencia de soluciones para una convivencia sana, que nos permita desarrollarnos en la vida profesional y familiar, sin las zozobras y el peligro que la delincuencia y la violencia representan.