Imaginemos que las autoridades de un país legislaran para aprobar una ley que indicase que el agua oxigenada va a ser tratada de forma indistinta al agua para consumo humano. En principio, se ven iguales. De cerca, el olor ya es distinto. Pero conforme se incrementa la convivencia con uno y otro líquido nos vamos dando cuenta del grave error que cometeremos en tratarlos de la misma forma. En el extremo de consumirlas, una puede ocasionar la muerte.
Ocurre lo mismo con la honestidad y la simulación de honestidad. Cuando la Ciudad de México aprobó un impuesto creciente en función del valor del automóvil (o los automóviles) en los que circularan los capitalinos, comenzaron a aparecer vehículos muy costosos con placas de Morelos circulando en la ciudad de forma cotidiana. Es bien sabido que esos autos no pagan los mismos impuestos por estar matriculados en Morelos que por estar matriculados en la capital del país. Inmediatamente, la gente comenzó a intuir que los dueños de estos vehículos vivían en la ciudad, pero matriculaban en otro Estado para evadir un mayor gravamen.
Y así el ciudadano de la capital fue acostumbrándose a una realidad: entre más caro el auto, más probable es que tenga placas de Morelos.
¿Y qué tiene esto de malo? Pues todo. Hoy en día las placas de Morelos se han enquistado en la capital del país como un signo inequívoco de corrupción; asociadas inexcusablemente a aquellos con el mayor poder adquisitivo. La idea de un México en donde la élite encarna lo mejor de la sociedad y es ejemplo a seguir para el resto de nosotros choca de frente con las defensas delantera y trasera de sus autos. No pagan el gravamen de sus vehículos, y lo exhiben día con día en todas las calles de la capital, a la vista de todos ¿qué se puede pensar de los impuestos que pagan sus empresas, de su integridad en el actuar dentro del servicio público, de cómo se conducen en la vida privada, etc...?
Las placas son solo la punta del iceberg. La situación es gravísima. Si la gente se convence de que nuestros líderes tienen una "autoridad moral oxigenada" y no una autoridad moral real para tomar las decisiones que impactan todos los días sobre el resto de nosotros, ¿qué podemos esperar del actuar del ciudadano promedio, si no el envilecimiento? ¿Cómo convencerles de no "dar mordida" al policía de tránsito, de no "colgar diablitos" en los cables de luz, de desinfectar la lechuga en los restaurantes? ¿Cómo les pedimos condenar el "cobro de piso", repudiar al secuestrador, confiar en sus jueces y magistrados?
En este contexto un juez del Estado de Puebla ha dado su aprobación para las sociedades de convivencia en poligamia. Lejos de ser un triunfo para los derechos de la diversidad sexual, se avizora como las nuevas "placas de Morelos" de la élite de nuestro país. Si esa percepción se impone, la espiral de decadencia va a agudizarse, en un México marcado por el derecho de la fuerza y no de la razón.
Una "moral oxigenada" es una sociedad corrompida. Si el ejemplo a seguir es no seguir el ejemplo, ¿cuál será el futuro de los que hoy son el futuro?