Cuando se habla de la necesidad de no mentir, no robar o no traicionar en el ejercicio de la profesión (y la vida privada) de cada uno de nosotros, se hace alusión a valores que deben permear por igual en los sectores público y privado. No obstante, en esta ocasión quiero hablar de las diferencias entre los ideales que deben perseguirse en el sector público frente al sector privado, y su motivación.
Como es bien conocido para cualquiera que haya visto trabajar a alguien honesto en uno y otro sector, una diferencia se vuelve evidente: en el sector privado, cada peso se suda; mientras que—en el sector público—deben rendirse cuentas de cada peso que se ejerce; sea en un programa, política o en el sueldo de un funcionario. Por ello, la medida del éxito de un trabajador en el sector privado se mide por las utilidades que genera; mientras que la medida del éxito de un trabajador en el sector público reside en la mejora sobre el bienestar de la población.
En última instancia, en mi parecer, en el sector privado el ideal al que debe aspirarse es la excelencia, brindando el producto o servicio que más convenza al consumidor para gastar en él su dinero adquirido con esfuerzo. La búsqueda del perfeccionamiento de ese producto o servicio es, pues, continua. En cambio, en el sector público el ideal al que debe aspirar un funcionario público es la integridad; generando en la sociedad la confianza y credibilidad de que su trabajo vale lo que cuesta, es ejercido con honestidad y responsabilidad, y busca generar el mayor bienestar social posible por cada peso gastado.
La naturaleza del origen de los recursos sigue esa misma lógica. En el sector privado, la manera de llegar a más consumidores, maximizar beneficios y mejorar el producto es a través de los márgenes de ganancia. En cambio, en el sector público la forma de contar con más presupuesto, más personal a cargo y generar un mayor impacto social pasa por generar mayor utilidad pública, pero también de convencer a los ciudadanos.
Por ello, en conclusión, es que el sueño de un trabajador de excelencia en el sector privado es, sin tapujos, ser el hombre más rico del mundo y un ejemplo para cualquiera de cómo alcanzar la holgura económica. Y el sueño de un trabajador íntegro del sector público es vivir como en la anécdota que idílicamente se cuenta de Don Antonio Ortiz Mena quien, después de ejercer miles o millones de pesos del presupuesto en los diferentes programas o políticas, se iba caminando por la Alameda Central rumbo a su casa; mientras los hombres lo saludaban con el sombrero, y las mujeres le sonreían.